2 Meses. Hoy me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojitos me dijo adiós, esperando que mi nueva familia humana me cuidara también como ella.
5 Meses. Hoy me regañaron. Mi ama se molestó porque me hice pipí adentro de la casa; pero nunca me han enseñado dónde debo hacerlo. Además duermo en la recámara y ¡ya no me aguantaba!
12 Meses. Hoy cumplí un año. Soy un perro adulto. Mis amos me dicen que crecí mucho más de lo que ellos pensaban, ¡¡¡Que orgullosos se deben de sentir de mí!!!
15 Meses. Ya nada es igual… vivo en la azotea. Me siento muy solo… Mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve no tengo un techo que me cobije.
16 Meses. Hoy me bajaron de la azotea. De seguro mi familia ya me perdonó. Yo me puse tan contento, que daba saltos de gusto mi rabo parecía rehilete encima de eso, me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacía la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz creyendo que haríamos nuestro día de campo. No comprendo porque cerraron la puerta y se fueron ¡Hey oigan esperen!, ladré… Se olvidan de mí. Y corrí detrás del coche con todas mis fuerzas. Mi angustia crecía al darme cuenta que casi me desvanecía y ellos no se detenían: ¡Me habían abandonado!
18 Meses. El otro día pase por una escuela y vi muchos niños y jovencitos con mis hermanitos. Me acerqué, y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una lluvia de piedras para ver quien tenía mejor tino. Una de esas piedras me lastimó y perdí un ojo.
19 Meses. Parece mentira, cuando estaba más bonito se compadecían más de mí. Ya estoy muy flaco; mi aspecto ha cambiado. La gente me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra. ¿Qué pasa?
20 Meses. Casi no puedo moverme. Hoy al tratar de cruzar una calle por donde pasan muchos coches, uno me arrolló. Según yo estaba en lugar seguro, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta se ladeo con tal de centrarme. Ojalá me hubiera matado, pero sólo me dislocó la cadera. Mis patas traseras no me responden y con dificultad me arrastré hacia la hierba del camino. Tengo diez días bajo el so, la lluvia, el frío, sin comer. No puedo moverme. El dolor es insoportable. Me siento muy mal; quedé en un lugar húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo.
Casi estoy inconsciente, pero la dulzura de su voz me hizo reaccionar. ¡Pobre perrito!, “Mira como te han dejado”, decía. Junto con ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y le dijo: “Lo siento señora, este perro ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir”. A la gentil dama se le salieron unas lágrimas y asintió. Como pude, moví mi rabo y la miré agradeciéndole que me ayudara a descansar. Sólo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando ¿Por qué tuve que nacer si nadie me quería?
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